EL ENCUENTRO ANALÍTICO


Desde la perspectiva de James Hillman

Psicóloga. Máster en psicología Junguiana


“Un psicólogo no es un psicólogo si no ha elaborado un logos de la psique, su propia red de ideas psicológicas que intentan hacer justicia a la riqueza y profundidad del alma”[1]


Quiero plantear el encuentro analítico desde el punto de vista del terapeuta, y en concreto desde mi punto de vista como paciente y como terapeuta. Desde hace algunos años me cautivó la expresión de Hillman “hacer alma”. Creo que esta expresión me ofreció una imagen sugerente, llena de matices, de texturas y de sentido. Desde entonces, ésta imagen es el telón de fondo de mi vida personal y de mi andadura por los caminos de la psicoterapia. Creo que el encuentro terapéutico tiene que ver esencialmente con la labor de hacer alma.

El tema del encuentro analítico hace referencia al hecho psicoterapéutico considerado desde la perspectiva de la psicología analítica, formulada a principios del siglo XX por Carl Gustav Jung. Su pensamiento está en la base de la discusión iniciada por Hillman, en cuanto a las ideas que poseen a la psicología actual, ideas que son consideradas por este autor como expresiones de arquetipos. La visión de Hillman es considerada por algunos autores como una nueva rama de la psicología analítica, a la que denominan Arquetipal. Particularmente, encuentro sus reflexiones muy estimulantes y vitales, en el sentido de que generan interrogantes sobre la concepción moderna de lo psicopatológico y sobre nuestro quehacer como psicoterapeutas.

Muchas de mis ideas y actitudes respecto a lo que era el encuentro terapéutico fueron adquiridas en la facultad y en la terapia; sobretodo tenían que ver con mi sentimiento de continua imperfección, carencia de sentido y mis denodados esfuerzos por cambiar, mejorarme, evolucionar, madurar, crecer, etc., en un proceso que parecía de nunca acabar y sobretodo con un creciente sentimiento de insatisfacción. Con respecto a este tema, el Dr. Ricardo Carretero en su conferencia “Reflejo y Reconocimiento en el Proceso Psicoterapéutico”, habla de la continua angustia e incertidumbre que acompaña al ser humano, en tanto que se ve avocado continuamente a afrontar la tensión entre, por una parte, el cambio continuo que nos presenta la vida (física y psíquica) y de otra parte la persecución denodada de la unidad. Él explica que “La experiencia de ser cambiantes, mutables, móviles ha fijado en nuestro conocimiento la imposibilidad de concebirse unitariamente de forma durable”[2]. Por lo tanto siempre volvemos a la incertidumbre, pero hasta que no podemos mirarlo como la forma –sin forma- misma de lo psíquico, somos desgarrados una y otra vez entre los extremos de lo múltiple y lo unitario.

Otro aspecto que me causaba mucho sufrimiento era considerar todo cuanto sucedía únicamente en el aspecto biográfico, supongo que por el trasfondo psicoanálitico y católico de mis estudios de psicología y de mi educación en general. Estuve durante muchos años haciendo arqueología familiar, revisando una y otra vez todo cuanto recordaba de mis padres, e incluso creo que convirtiendo algún suceso en trauma con el fin de justificar todo el trabajo. No creo que este procedimiento hubiese sido negativo en sí, si no que en el fondo todo seguía igual; todas estas excavaciones en mi pasado y en el pasado de mis padres no aliviaban el sufrimiento y la angustia por no encontrar la pretendida unidad…

Después de años de estudios en la facultad de psicología, de mi trabajo individual con y sin terapeuta, vinieron el cansancio y la desilusión. Estaba harta de “buscar”, de expiar mis culpas, ya había perdonado a mis padres mil veces, había intentado hacerme responsable de mí misma y quererme de todas las maneras, etc, etc. Entonces me alejé de todo lo que tenía que ver con la psicología, por lo menos externamente, porque en mi interior era imposible.

El primer libro que leí de Hillman, El Código del alma, del cuál se me quedó gravada la idea de que había algo, anterior al hecho biográfico y de que el sufrimiento podía leerse, además, como aprendizaje negativo. A partir de esa experiencia –la enorme excitación que me produjo este descubrimiento- apareció un nuevo protagonista en mi historia: el sentido. Él supuso el comienzo de una revitalizadora evaluación de todo lo sucedido hasta entonces en mi terapia y también de las ideas que sustentaban la terapia en general. Por primera vez llegó hasta mí la idea de que, por una parte, la psicología podía estar viendo a través de ideas equivocadas, y, por otra, que la patología en nuestra cultura es heredera del mal. Es decir, muchas de las “enfermedades” que hoy se atienden en la consulta del terapeuta, en un pasado no muy lejano, se trataban mediante exorcismos, por ejemplo. Esto hace que nos relacionemos con la patología desde la culpa y la negación.

La patología es para Hillman un hecho fundamental del alma, inherente a las distintas modalidades de conciencia que funcionan a través de nuestros complejos. Esto implica que cada arquetipo tiene sus temas patológicos y que cada tema patológico tiene una perspectiva arquetípica. El conocimiento de estas ideas me liberó de la carga meramente personal de mis complejos, y me ayudó a mirarlos casi como un motivo de contemplación desde una perspectiva doble, personal y arquetípica. Por esta razón, considero válida la propuesta de Hillman de curar nuestras ideas, ya que, si las ideas son los ojos del alma, es importante revisar el sistema de pensamientos con el que abordamos lo psicopatológico. También podría decirse que las ideas son los ojos del complejo ya que, dice Hillman, “las ideas apuntalan y contienen nuestros complejos”[3].

Llegado este punto, precisemos el significado de “alma” en la obra de Hillman. El autor piensa que no es en sí un “concepto”, sino más bien una “metáfora” que nos habla de la necesidad innata del ser humano de “buscar la conexión invisible”, es decir, una comprensión que aporte un sentido a todo lo que nos es dado. Él lo expresa de la siguiente manera: “Alma, hace referencia a la transformación, por ahondamiento, de los acontecimientos en experiencias (…) Por alma quiero dar a entender las posibilidades de imaginación presentes en nuestra naturaleza, la experiencia a través de la especulación reflexiva, el sueño, la imagen y la fantasía, esa modalidad que reconoce toda realidad como primordialmente simbólica o metafórica”[4].

A esta labor de transformación por ahondamiento, Hillman la denominó psicologización, soul-making o hacer alma. Corresponde al trabajo continuo de dar profundidad a todo cuanto sucede interna y externamente. “Psicologizar no significa hacer psicología de los acontecimientos, sino hacer psique de los acontecimientos: hacer alma”[5]. Dar profundidad quiere decir imaginar, fantasear, descentrar la imagen monolítica del ego, buscar, esperar, dejarse seducir por algo que en cualquier instante puede revelar el significado que llena de sentido la experiencia: un amor, una pérdida, un cambio de trabajo, un sueño, un temor, una compulsión, una depresión; cualquier hecho interno o externo que afecte a un ser humano concreto. Hacer alma requiere esta labor reflexiva, más ligada a la imaginación, al mito, al arte, a la intuición, que a la operación de “pensar” sobre lo sucedido.

Este modo de transparentar los hechos de la vida, mediante la psicologización, también puede proyectar una sombra, que es la persecución paranoica del significado. En este caso, seguramente somos víctimas de la racionalización, olvidando que las ideas son instrumentos a través de los cuáles podemos ver, y no, al contrario, en donde vemos lo que pensamos. Cuando nos atascamos en la actitud interpretadora, en realidad utilizamos las ideas como garras entre las cuáles atrapamos la imagen para sujetarla e inmovilizarla y así obtener el anhelado elixir de la seguridad.

La correcta actitud psicologizadora tiene que ver con la calidad que podemos imprimir a la vida. Al respecto, Hillman hace la siguiente afirmación: “El simple hecho de participar en los acontecimientos, o de sufrirlos con intensidad, o de acumularlos, no profundiza la capacidad psíquica. Los acontecimientos no son esenciales para la experiencia del alma; ésta no necesita muchos sueños o muchos amores o luces de ciudad. Pero tiene que haber una visión de lo que ocurre, ideas profundas que creen experiencias profundas”[6].

En su libro El sueño y el Inframundo, Hillman analiza tres elementos de la cultura occidental que estarían en la base de nuestra incapacidad para acceder al lenguaje de la imagen. Esos elementos son el materialismo, el oposicionismo y el cristianismo.

El materialismo: De acuerdo con Hillman, nuestra mentalidad es materialista en cuanto que sólo existe aquello que podemos percibir con los sentidos. Es una modalidad de conciencia dominada por la psicología de la Gran Madre, que se mueve a través de los hábitos de nuestro pensamiento, y actúa uniendo los sucesos psíquicos con los materiales, poniendo las imágenes del alma al servicio de lo físico y tangible. La psicología de la Gran Madre, siempre tiene un punto de vista personalista, lo que quiere decir que lo que sucede tiene que ver esencialmente con uno mismo, quedando impedido el paso a la instancia más amplia que es el territorio de la imagen. El materialismo que caracteriza al hombre actual, penetra también en la forma de hacer psicoterapia, en la medida en que individualiza todos los acontecimientos biográficos, despojándolos de su trasfondo arquetipal. El materialismo se traduce psicológicamente en la literalización de la experiencia. Por ejemplo, los recuerdos de la infancia tomados literalmente quedan como estatuas monolíticas, sin la posibilidad de ser re-imaginados a través del mito, el arte o la metáfora, de manera que se pueda identificar a la vez el complejo y el modo arquetípico de conciencia que le corresponde.

El oposicionismo: Hillman, considera innecesaria la actitud terapéutica de introducir continuamente el opuesto al contenido psíquico que se manifiesta, como mecanismo de compensación psicológica, bien en el sueño ó bien en la actitud consciente del sujeto. Al respecto dice Hillman: “Cada hecho psíquico es una identidad entre por lo menos dos posiciones y es por tanto simbólico, metafórico y nunca unilateral. El opuesto ya está presente. Nadie debe introducir nada desde ninguna parte, porque el opuesto ya está presente”[7]. El oposicionismo es una herramienta del ego, una manera radical de percibir algo, pero no es la esencia de la imagen. En cierta forma es inherente al mecanismo de la proyección, pues siempre que nos debatimos con una actitud propia proyectada, por ejemplo la ambición, no es necesario introducir la modestia, para compensar. Tengo que preguntar quién en mi interior está luchando con la ambición, es decir, las dos partes de la polaridad están actuando simultáneamente. Una personificada en el otro, depositario de la proyección, y la otra agazapada en la opinión y el sentimiento personal.

Para salvar esta cuestión, el autor nos sugiere dejar de fantasear en términos oposicionistas, ver y buscar en la profundidad de cada cosa qué es lo que es, imitando el modelo homeopático de tratamiento, que consiste en transformarse en lo mismo que estamos curando. Este modelo supone convertirnos a nosotros mismos en relato, en imagen, en personaje y en paradoja que pueda contener lo uno y lo otro, lo blanco y lo negro. De ésta manera, el encuentro terapéutico se transforma tanto en un proceso de aceptación de las distintas naturalezas de lo humano, física y psicológica, material y espiritual, personal e impersonal, individual y colectiva; como en amplitud de la conciencia que permita acoger igualmente lo uno y lo otro.

El cristianismo: Hillman considera que hay una serie de métodos cristianos para enfrentar el pecado, que ejercen una influencia directa en nuestra manera de relacionarnos con nuestro inconsciente, particularmente con nuestra sombra. Uno de estos métodos son los discursos morales a cerca de los buenos sentimientos, el compartir, la solidaridad. Y la ingenuidad infantil de portarse bien para que todo salga bien. Este carácter moralizador del pensamiento occidental, se encuentra en la base de la actitud psicológica negadora de la patología como fundamento del psiquismo.

El monoteísmo psíquico en el que vivimos, en el cual el yo y la conciencia diurna son el centro de la vida psíquica, es el reflejo del monoteísmo religioso y de la moralidad protestante. El arquetipo que predomina en esta configuración es el del héroe. La psicología heroica actúa en la fantasía del hombre que se hace a sí mismo, un hombre que a base de voluntad triunfa sobre sus defectos, un hombre que es personalmente malo y que, por lo tanto, puede con su propio esfuerzo, o máxime con orientación terapéutica, transformarse para ser bueno. La orientación heroica en nuestra sociedad, parece partir de la base de que todo hombre es básicamente puro; posteriormente y por culpa de sus padres, o de sus neurotransmisores, o de su comunidad, se introduce el mal en su vida. De acuerdo con este planteamiento el encuentro terapéutico se convierte en una misión –laica o no- de reconversión ó de rectificación de lo malo, en la cuál lo patológico debe ser expulsado.

En su libro "Reimaginar la Psicología", Hillman defiende la patologización, como la fuente donde se ha obtenido el conocimiento psicológico en general y de la cuál obtenemos también el autoconocimiento. Él dice: “Solidaricémonos con la psique patológica y permanezcamos en ella el tiempo suficiente para hacer valer nuestra pretensión de que patologizar es válido, auténtico y necesario”[8]. El autor presenta tres estilos de negación, que afectan nuestra forma de abordar lo psicopatológico: Nominalismo, nihilismo y trascendencia.

Nominalismo: Hace referencia a las clasificaciones que encontramos en los manuales de diagnóstico, tales como histeria, esquizofrenia, homosexualidad, autismo, alcoholismo, etc. El autor centra la discusión a cerca de las clasificaciones, en cuál es el valor que estas etiquetas tienen para la gente real, ya que en sí son términos vacíos y acaban siendo como una bolsa que cada terapeuta rellena con productos de su propia imaginación. La atribución de un diagnóstico, muchas veces puede obviar que la enfermedad se localiza dentro de un sistema vivo, que tiene movimiento e imaginación, que se transforma en la medida en que hay una personificación psíquica que se expresa en ella. La fascinación que produce la palabra diagnóstica, puede estar relacionada también con la necesidad de unidad, a la cuál se aludía al principio de este ensayo. El paciente termina personificando la enfermedad descrita en el libro y el terapeuta se siente así seguro.

Con esta forma de enfocar el problema, el encuentro terapéutico queda sin posibilidad de movimiento real, puesto que el coloquio interior, es atrapado en un guión rígido. Por eso, el autor nos invita a acoger lo enfermo de nuestra psique con una actitud moral y metodológicamente abierta. También Jung insistió constantemente en lo empírico de su trabajo, como una forma de no abandonar nunca, el “hecho” psíquico en sí.
Hillman escribe, “… la psicopatología hace referencia al mundo del alma. Las palabras utilizadas para describir sus aflicciones requieren una subjetividad que exprese y contenga las dolorosas y extrañas afecciones del alma, si realmente quieren ajustarse a lo que pretenden describir: para ello necesitamos una psicopatología arquetípica”.[9]

Nihilismo: el nihilismo se puede ver como el opuesto del nominalismo, en cuanto hace una negación del hecho patológico en la psique. Defiende el derecho de cada ser humano a elegir libremente su forma de vida, trasladando a la sociedad el lugar de lo psicopatológico. De acuerdo con esto, los manuales diagnósticos sólo servirían al poder político o económico, como una forma de dominio. Los defensores de este planteamiento abogan por la abolición de la enfermedad mental ó de la normalidad y que no existan categorías. Cada uno es como es, y no hay más que decir.

Hillman, opina que “… el problema de la psicopatología sigue estando presente; simplemente ha encontrado un nuevo hogar. Al principio produce un verdadero alivio el poder decir: estoy cuerdo en un mundo loco en lugar de estoy loco en un mundo cuerdo (…) hay algo que sigue enfermo, que sigue siendo demencial, incluso si ese algo está ahí fuera y se llama sociedad”[10]

Para salir de la tensión entre estas oposiciones, el autor propone profundizar en la distinción entre patologizar como una forma universal de lo psíquico, además necesaria, para que el ser humano pueda ampliar su conciencia; y la psicopatología como una fantasía de acercamiento a ella. La confusión entre estos dos aspectos termina en una nueva forma de negación de la condición naturalmente patologizadora de la psique. Si los manuales de diagnóstico se tornan vacíos y no sirven para hacer frente a la capacidad imaginadora del alma, tampoco se puede caer en el opuesto de negar que el alma imagina morbosamente, no se puede obviar su padecimiento y la necesidad auténtica de cura que ella expresa.

Trascendencia: este tipo de negación de la patología, hace referencia a sistemas psicológicos como el humanismo o las soluciones orientales-occidentalizadas, en cuanto que idealizan al ser humano. Bajo la tutela de este sistema de ideas, de este espíritu, el objetivo del trabajo psicológico es ascender hasta una cumbre elevada en la cuál se encuentra nuestro ser superior, lo mejor de la naturaleza humana. Por fin el lugar de la unidad, representado en una imagen de beatitud infinita, confeccionada a medida según las ilusiones personales. En este modelo lo que pretende ser trascendido, sobretodo es lo patológico, todo aquello que nos aguijonea desde dentro, o sea la inervación del complejo.
El trabajo psicológico desde algunos enfoques humanistas, consiste en exorcizar los sentimientos, expresarlos hasta la saciedad, dando forma y sustento a la fantasía yoica de que yo soy lo que siento y de que la verdad absoluta sobre mí, la tienen mis sentimientos. Una vez logrado el ritual catártico, vendrá el renacimiento y florecerá la vida como en una eterna primavera. Esto sería una nueva literalización, ya no de las ideas sino de los sentimientos, al asumirlos únicamente en su vertiente personal descuidando su filiación arquetípica. Respecto a este corazón repleto de emociones personales dice Hillman: “Este corazón del sentimiento subjetivo mantiene cautiva a la imaginación. Juzgamos nuestras imágenes en función de sus sentimientos. Seguiremos imaginando un proyecto o un sueño dependiendo de cómo lo sintamos…”[11]
Cuando después del exorcismo vuelve la depresión o la ansiedad, pueden darse dos posibilidades: permanecer por siempre en un grupo de apoyo, rodeados de gente que nos recuerde lo bellos que somos cuando haga falta; ó ir en pos de experiencias cumbres, poseídos por verdades espirituales en un proceso continuo de inflación. Ambas posibilidades alejan al sujeto de la posibilidad de comprensión que ofrece dejarse guiar por el complejo, en la medida en que aceptamos las huellas que éste deja en la piel, su corporalidad, en un acto de verdadera humildad que se torna liberador precisamente cuando aceptamos que naturalmente enfermamos y que el camino que recorremos no es una línea recta ni siempre en ascenso.
A esta forma de negación también se agregan las pseudo terapias o pseudo religiones importadas de la tradición oriental. A la mirada impoluta del espíritu, lo instintivo y corporal suele parecerle bajo, feo, un lastre que debe ser trascendido con esfuerzo y voluntad.
Tampoco lo “junguiano” escapa de esta literalización, porque muchas veces esa cumbre paradisíaca, es ocupada por el sí mismo, y se hace merecedor del mismo tratamiento de superioridad a la cuál se aspira y desde la cuál podemos mirar hacia abajo, recordando cuando éramos sufrientes y vulgares seres humanos. Una vez trascendido lo patológico, el iniciado hace gala de sus sueños arquetípicos, sincronicidades notables, conocimientos de mitología, simbología, bla, bla, bla.
Como lo expresa Hillman, “Nos escapamos no sólo cuando salimos corriendo hacia la vida concreta, sino también cuando huimos hacia arriba, hacia las abstracciones de la metafísica, la filosofía, la teología e incluso el misticismo. El alma extravía su visión psicológica tanto en los literalismos abstractos del espíritu como en los literalismos concretos del cuerpo”[12].

CONCLUSIONES

Para rescatar las ideas psicológicas de las garras de los literalismos, Hillman analiza la mitología y la mentalidad de la cultura griega clásica, como una fuente para alimentar la capacidad imaginadora del alma. Aclara que no defiende un retorno a la época griega, porque esto sería nuevamente una literalización de la imagen. Más bien, el mundo griego actúa como un modelo de visión psicológica. El politeísmo griego permite la visión especular de la complejidad humana. Sus historias de hombres y dioses pueden contener la inmensa variedad y riqueza de nuestro mundo psíquico. Inspiran la idea de que no somos sólo el yo que percibe nuestra conciencia diurna, sino muchos otros, “la gente menuda”, como la llamaba Jung.
Hillman lo resume de la siguiente forma: “El helenismo nos trae la tradición de la imaginación inconsciente; la complejidad politeísta griega habla a nuestras complicadas y desconocidas circunstancias psíquicas. El helenismo promueve el renacimiento ofreciendo espacios más amplios y otro tipo de bendición a la gama completa de imágenes, sentimientos y peculiares moralidades que son nuestra verdadera naturaleza psíquica”[13].
Psicologizar en términos del autor, requiere convertir los acontecimientos en relatos o metáforas, que no dan más validez a lo que es, sino que lo lleva hacia dentro y lo traduce en imagen. En esta operación no se trata de resolver el tono afectivo, la moralidad o la ambigüedad de los sucesos, puesto que el mito sólo puede sacarlos de la objetividad literal, más no ofrece ningún lugar de certeza. Se trata mas bien de mantener una actitud objetiva respecto de la propia subjetividad, es decir, no apropiarnos de de los objetos externos como personas o sucesos, ni tampoco de los objetos internos que son nuestras personalizaciones, sus sucesos y sus sentimientos. La objetividad así entendida se traduce en libertad para ser lo que cada uno es, y orienta el ejercicio de la responsabilidad hacia la crítica y la cura de las propias imágenes. La búsqueda entonces, no es de seguridad sino de profundidad. “La psique parece más interesada en el movimiento de sus ideas que en la resolución de problemas”[14].

Para finalizar, quiero añadir que el encuentro analítico propone la abolición de otro oposicionismo, el del terapeuta sano y el paciente enfermo. Porque lo patológico no es privativo del enfermo, sino constitutivo de todo ser humano. Dicho de otra manera, los complejos conforman la estructura psíquica, y en la manera de relacionarnos con ellos reside el potencial de conciencia. “Nos convertimos en psicólogos –dice Hillman- porque vemos desde el punto de vista psicológico, lo que quiere decir gracias a nuestros complejos y a sus patologizaciones”[15].

Así, la psicoterapia entendida como la labor de hacer alma, es un ejercicio continuo y un compromiso de cada uno con su propia psique, tanto dentro del espacio terapéutico como fuera de él. Y es ese compromiso profundamente personal, el que mantiene al terapeuta en contacto consigo mismo en cualquier circunstancia, sobre todo cuando esa circunstancia es un otro que nos afecta con su propia historia, sus sentimientos, razonamientos y actitudes; quién a su vez es afectado por nuestra historia, sentimientos, razonamientos y actitudes. Porque también todo lo que en mi vida es “Otro”, es portador del sentido de mí vida.

En el momento en que aparece el Sentido, automáticamente se está aceptando la existencia y objetividad del inconsciente. El ojo incrédulo y desconfiado de la conciencia, empieza a buscar indicios que le conduzcan a aquel mundo, a mirar por las rendijas y así nos vamos adentrando en sus dominios, como lazarillos aguzando los sentidos interiores, como el olfato de lo inconsciente, o la imaginación que es otro tipo de visión. Porque el sentido es redentor y necesitamos llegar a él con urgencia de vida o muerte.

Quizá esta urgencia es la que acoge el análisis, y el encuentro terapéutico es necesidad de sentido puesto en presente radical. Si es así, al analista lo es, porque se ha ensimismado en tirar de sus propios hilos… para acceder al territorio del inconsciente no se tiene otro lazarillo que el sentido de la propia vida y la guía del propio instinto, la corporeidad del complejo.

En términos de la Teoría General de los Complejos esto sería la psicopatología a dos, tal y como lo expresa Ricardo Carretero: “El proceso psicoterapéutico, es un proceso que implica tanto la psique del paciente cuanto la del terapeuta. Desde el inicio de la relación, nada de lo que en ella ocurrirá va a suceder a expensas de una sola de las psiques. El psicoterapeuta deberá poner a disposición su psique una y otra vez, con cada uno de los pacientes, para una experiencia temporal que induce cambios, fases, transformaciones, por supuesto también en su propia psique”[16].

Siguiendo las ideas de James Hillman, Eros es el espíritu mediador del encuentro que se torna terapéutico, actuando tanto a nivel intra - psíquico, entre la conciencia y el inconsciente; como a nivel ínter psíquico, entre el analista y el analizando. Este proceso -técnicamente corresponde a la transferencia- es psicologizado por Hillman a través de la fábula de Eros y Psique, en donde Psique es el factor que hace posible el significado y Eros el principio creativo engendrador de alma.

La amplificación de la imagen del encuentro terapéutico a través del mitologema Eros-Psique es desarrollado por Hillman en su obra El mito del análisis, con cuyas palabras quiero finalizar:
“El amor comienza en lo personal y me implica a mí; pasa luego a implicar mi alma y a mi ser entero. Y, finalmente, me lleva a mí, a mi alma y a mi ser entero a una existencia arquetípica, a un nuevo sentimiento de interioridad, experimentada como un proceso interior contenido dentro de mí que es también mi mismidad contenida en la interioridad de un universo caótico que el amor ha transformado en cosmos”[17].

[1] HILLMAN J. Re-imaginar la psicología. Siruela. Madrid, 1999. Pág. 255.
[2] CARRETERO, R. “Reflejo y Reconocimiento En El Proceso Psicoterapéutico”. Seminario en la “Universitá La Sapienza”. Roma. 11 y 12 de mayo de 1995.
[3] Ídem. Pág. 275.
[4] Ídem. Pág. 39-40.
[5] Ídem. Pág. 279.
[6] Ídem. Pág. 259.
[7] HILLMAN J. El sueño y el inframundo. Paidós. Barcelona, 2004. Pág. 119.
[8] HILLMAN J. Re-imaginar la psicología. Siruela. Madrid, 1999. Pág. 150.
[9] HILLMAN J. Re-imaginar la psicología. Siruela. Madrid, 1999. Pág. 155.
[10] Ídem. Pág. 159.
[11] HILLMAN J. El pensamiento del corazón. Siruela. Madrid. 2005. Pág. 49.
[12] HILLMAN J. Re-imaginar la psicología. Siruela. Madrid, 1999. Pág. 283.
[13]Ídem. Pág. 102.
[14] Ídem. Pág. 303.
[15] Ídem. Pág. 235.
[16] CARRETERO, R. La Psicología Analítica o El Arte del Diálogo. Tesis doctoral. Universidad Autónoma. Madrid. 1999. Pág. 132.
[17] HILLMAN J. El Mito Del Análisis. Siruela. Madrid, 2000. Pág. 125.


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