Rosario Sisca
Egresada de la Fundación C. G. Jung de Psicología Analítica (2002)
Tesina monográfica
Tesina monográfica
Recuerdo mis últimas vacaciones junto al mar. Una sonrisa se dibuja en mi rostro y me recorre el cuerpo la misma tibieza que sentí aquella tarde en que algo cambió en mí.
Cuando partí rumbo a Pinamar, llevaba algunos de mis manuscritos. Cuentos que había escrito hacia ya tiempo. La idea era corregirlos para cumplir con mi viejo sueño de transformarlos en un libro para su publicación.
La verdad, es que fui postergando la tarea porque sé hacia difícil renunciar a los hermosos días de sol para escribir dentro del departamento cálido pero pequeño. Pequeño para las ansias de libertad que mi espíritu estaba buscando.
Sin embargo, sin preguntar por qué, sino para que, la penúltima mañana de mis vacaciones, salí con mi carpeta. Había decidido releerlos en la playa. El mar no estaba al alcance de mi mano debía recorrer ocho cuadras aproximadamente, pisando las calles de arena que le dan ese toque tan especial a ese lugar. Cambié la dirección que normalmente llevaba cada día. Hacia la derecha del departamento, luego la calle hasta el final, nuevamente a la derecha, el atajo, la Iglesia y al fin, la playa, el mar.
Ese día seguí sin tomar el atajo, pase por el centro con sus negocios esperando a los turistas y continué por una pequeña calle, pase por una confitería y, no bien acababa de pasarla el olor a café despertó mis sentidos. Retrocedí, observe su interior, me recordó a algunos sitios de Bariloche. Levante la vista y vi el enorme cartel de madera con un nombre “Gretel”. Bien, me dije, después de todo llevo cuentos en la carpeta! Entre. Me senté en una mesa de madera rustica pesada, con los bancos del mismo material. Observe los adornos, todos hechos por manos artesanales. Detuve la vista en la mujer que sacaba las placas de horno repletas de medias lunas recién horneadas. Luego vi el rostro joven de un hombre del otro lado de la ventana por la que pasaban las facturas y los panes. Sonreí cuando apareció por la puerta del costado. Es delgado, pensé! Ustedes se preguntarán porque sonreí al verlo delgado. Es que jugando con mis recuerdos, me había imaginado que la mujer sería Gretel, y el señor Hansen.
Que debían parecerse a los hombres y mujeres de los libros infantiles, rollizos, de mejillas con un círculo rojo, pestañas largas, delantal blanco, botas, etc. Pero no, eran jóvenes ambos, delgados, calzaban sandalias, camisa y blusa como las de cualquier persona joven del siglo XXI.
Sonrio y digo para mis adentros, volviendo a fantasear: bueno, helos aquí, sobrevivieron. Mientras trato de contener la carcajada, se acerca el señor a tomar mi pedido.
-Café con leche y medias lunas, digo
Se aleja. Luego la señora se acerca y me alcanza el periódico. Le agradezco comentándole que tengo en mi carpeta unos cuentos para corregir.
¿Cuentos?, pregunta
-Sí, cuentos para niños
-Que belleza!, me gustaría oír algunos. Sin esperar respuesta se acomoda frente a mí y le dice a Hansen, - perdón -, al señor que le sirva también un café con leche.
Sin tiempo para reaccionar, observo su curiosidad y pienso ¿por qué no? Abro la carpeta y le comento que dado que algunos son extensos preferiría leerle partes de los mismos. Asiente y se acomoda con los codos sobre la mesa. La veo como una niña a la espera de un cuento nuevo. Me incentiva y elijo el primero. Algo va cambiando en mi interior, también mi actitud es la de una niña, sentía que ambas estábamos dispuestas a disfrutar de un viaje a través del tiempo de la infancia.
Bien aquí va el fragmento del primero elegido...
... Y Maria Eugenia disfrutaba del asombro de las mariposas que observaban la lámina en las que se veían como en un espejo…” Somos preciosas! “… Gritaban, mientras formaban un círculo y giraban riendo felices. De pronto recordaron a la niña que las miraba emocionada y pensativa…“ Si tuviera dos hermosas alas podría volar por el parque con ellas”
Pareció que las mariposas le hubiesen adivinado sus pensamientos y se hablaron al oído y todas dijeron: sí, sí y se desplegaron formando dos grupos. Se acercaron a Maria Eugenia y tomándola de los bracitos la levantaron y comenzaron a volar. Los zapatitos rozaban las copas de los árboles y su vestidito se inflaba con el viento y se movían las alitas de sus pequeñas mariposas bordadas. Era feliz, feliz..podía ver a los pájaros y a los animalitos del corral que parecían diminutos, a su mamá tendiendo ropa, al jardinero regando las flores, mientras ella sentía una dulce tibieza, claro estaba más cerca del sol. Si hasta le parecía que la acariciaba y le daba la bienvenida. Seguía volando y volando. Reía, a carcajadas reía mientras llegaba a sus oídos una canción que nunca había oído antes pero que le parecía la más hermosa del mundo...
Y se fue cantando, mariposas verdes, mariposas rojas de color carmín, mientras pajaritos con su pío, pío, seguían al coro en vuelo febril.”
La mujer con los ojos abiertos seguía mis movimientos con cierta fascinación esperando que eligiese otro. En ese momento llega el chocolate caliente-qué curioso creo haber pedido café con leche, pensé, y medias lunas en lugar de torta de chocolate recién horneada. Muy artesanal en su decoración!. No importa, dejemos que las cosas simplemente sucedan.
Un pequeño sorbo de chocolate me llena el cuerpo. Cierro los ojos y saboreo cada gota, me desintegro con la dulzura de ese bocado de torta tibia. Recuerdo a la señora. Abro los ojos, sonrió y comienzo a leer. Su posición no había cambiado. La niña esperaba.
“Había una vez una niñita llamada Bucles de Oro, su pasión era tocar la flauta y su mejor amiga una cabrita que además de hermosa sabía bailar al compás de la música de su amita.
Un día le contó su secreto a su nuevo amigo, quien un tanto incrédulo decidió sumarse al baile en cuanto se presentase la ocasión. Y la ocasión no se hizo esperar. Apenas unos días después, mientras descansaban sobre el césped la niña decidió dar rienda suelta a su creatividad y comenzó a tocar la flauta, tan dulce su música que parecía encantar. Tal es así que se oyó el trinar de un canario diciendo “ a bailar todo el mundo”, en verdad todo el campo comenzó a danzar.
El viento silbó por aquí y silbo por allá y tan fuerte que agitaba la copa de los árboles tan desordenadamente que cuando los troncos bailaban hacia la izquierda, el viento agitaba las hojas a la derecha. Qué confusión! Qué susto!. Se oyó un trueno “pero alguien está usando el trombón allí arriba”, dijo el señor del alma pura que observaba desde lejos bailando también.
Al rato, las nubes se sumaron al baile y de tanto transpirar caían gotitas de lluvia con su inconfundible tin, tin. Los niños se mojaban, pero nadie dejaba de bailar. Qué hermoso espectáculo! Quien pudiera entrar en el cuento para bailar en tan linda compañía. Salta que te salta, Zas! Alguien entró en la fiesta y chocaron. Era el señor del cabello largo que bailaba y palmeaba, un pie delante un pie atrás y la barba blanca se ondulaba y el cabello le cubría la cara, los pajaritos lo rodeaban.
Qué linda estaba la fiesta. Así siguieron hasta que exhaustos se sentaron a descansar y todo fue logrando su anterior calma. Volvieron a reír emocionados, también el señor se sentó junto a los niños y los felicito por tamaña alegría. Reflexionando les dijo “siempre los niños le entregan alegría a los grandes”. Me siento tan feliz que sin tener nieto me siento el Abuelo del mundo, y es tan lindo ser abuelo. Y siguió la fiesta, esta vez con silencio, ya que los niños estaban disfrutando de los cuentos del señor del cabello blanco y la barba blanca que lleva los ojos llenos de los paisajes más hermosos y es dueño de las más sabias palabras.”
Hice una pausa. No quería que el chocolate se enfriara totalmente, ya estaba tibio. Por qué seria que al tragarlo lo sentí tan caliente! Por qué tanta tibieza recorriendo mis vísceras. Un pensamiento absurdo se apodero de mi mente “ estoy rompiendo cadenas” ¿Qué cadenas?. Dejare para más adelante el análisis de este pensamiento.
Disfrute de la torta sin desperdiciar, hasta la última miguita que recogí con la yema de los dedos que se ensuciaron con chocolate. Pero que pasa me estoy comportando como una niña! La señora salió de su asombro por primera vez y sonrió al ver que frenaba el impulso de lamer el chocolate de los dedos. Reí. Reímos con satisfacción. En que mundo infantil estaría ella. Intuía que estábamos en el mismo mundo. En el mismo tiempo. En fin, hice ademán de cerrar la carpeta y su mano frenó la mía. Nos miramos, comienzo a buscar...
... “Había una vez una niña que sumergió sus manos en un barril de luna y, se comió todas las estrellas, una a una. De pronto el cielo brilló en todo su cuerpo y de sus manos colgaban delgados hilos de plata. Sus piecitos delicados se separaron del suelo. Ella flotaba en el aire y el aire entre sus cabellos. Una sonrisa profunda dibujada en su cara, parecía un cometa alumbrando mi ventana. Risas, risas y más risas en el jardín se esparcieron y los niños del barrio se acercaron para jugar bajo el rocío de la noche fresca.
Ella siempre había soñado con ser una reina, y de pronto se veía convertida en reina de los astros. Los otros niños no entendían, pero les agradaba ese amor que se olía entre las flores que ya estaban dormidas esperando la salida del sol- Jazmines, rosas, pensamientos y violetas se agitaban sin quejarse cuando pasaban corriendo sin pedirles perdón por despertarlas. Cerraban nuevamente los ojos y se dormían deprisa otra vez.
La niña seguía allí flotando, no muy cerca del cielo, no muy lejos de la tierra. Simplemente allí. Los niños seguían corriendo, haciendo rondas, cantando y ella los observaba así toda iluminada y feliz.
Alguien pronuncio un nombre y todos los chiquitos corrieron a sus casas. Era tarde ya.
A ella no le importó quedarse sola, tenía todas las estrellas, la luna, los delgados hilos de plata, la sonrisa cometa, los piecitos livianos y todo el jardín bajo sus ojos. Se sintió una flor. Se percibió como una tenue brisa. Sabía que al salir el sol su brillo desaparecería pero no importaba dentro de su delgado y transparente cuerpo anidaba otra verdad. Su alma iluminada sabia que al perder los hilos de plata, brillarían los rayos del sol. Y que así seria siempre: hilos de plata, rayos de sol. Porque ella era eso, mitad luna, mitad sol. Porque se quedaría siempre allí, no tan cerca del cielo, ni tan lejos de la tierra. Mitad luna, mitad sol. Hilos de plata, rayos dorados. Sueños de oro. Sueños de plata. Ventanas de oro, puertas de plata. Techo de cielo, paredes de nácar. Llena de sueños su nueva casa. Hilos de oro, hilos de plata.”
Hermoso dijo. Al fin hablaba. Había vuelto de su viaje a la infancia. Oí un ruido a mis espaldas, también el señor había estado oyendo mis relatos. Nadie más había entrado al café, claro, me percaté al instante que aún era temprano para una ciudad de veraneo. Mientras lo observaba y reflexionaba, ella se había levantado y volvía con otra humeante taza de chocolate. Él recogió la anterior y se fueron juntos a la cocina.
Con mis manos alrededor de la taza me pregunté, porque recibía tanta tibieza sin transpirar en un día de tanto calor. La tibieza seguía inundándome, mientras la dulzura, el aroma, el silencio, el sol y también el ruido se acomodaban en mi interior. Volví a observar el lugar. Me fui volando a otro sitio, con montañas nevadas, lago color esmeralda, alerces gigantes. Regrese a la confitería Gretel. El chocolate se había esfumado. Respiré hondo. Me abrace un segundo, luego tomé mis cosas, salude con un simple gesto y salí de allí.
No seguí camino a la playa. Comencé a regresar al departamento. Sentía que me llevaba el cuerpo lleno de tibieza, de fantasías. Las manos llenas de sueños nuevos. Reí, son tantos que no cabrían mis manos en los bolsillos enormes de la camisa que llevaba puesta.
Cuanta alegría que había olvidado podía descubrirse en viejos cuentos, en aquel mundo de la niñez al que me había devuelto la mujer par aprender que de allí nunca se parte. Sabía para que había cambiado el recorrido. Para que me enseñaran esto precisamente que las puertas de los sueños y las fantasías siempre están abiertas, sólo hay que permitirse regresar con la compañía de una dulce y tibia taza de chocolate. Llegue al departamento y decidí adelantar el regreso a casa. Al fin estaba lista para emprender otra tarea no ya sobre la fantasía sino sobre la realidad de la vida. Qué mejor momento para hacerlo que ese momento en que la mano para escribir estaba llena de sueños y el alma protegida por la tibieza del dulce mundo de la niñez.
Tengo en mis manos un ejemplar del libro REALIDAD DEL ALMA, de Carl G.Jung. Lo abro al azar y leo párrafos sueltos. Uno se refiere a Picasso, otro al Fausto de Goethe. Lo cierro. Lo observo. Vuelvo a leer su titulo Realidad del alma, y me digo ¿cuántos caminos existen para llegar a lo más profundo del ser humano? A esa realidad que tanto ansiamos aprehender: Sueños, cuentos, mitos, poesías. ¿Cuántos métodos?: meditación, parapsicología, Psicología llamadas nuevas ciencias de la conducta, terapias alternativas, y Psicología analítica con su estudio de símbolos, y arquetipos vivientes en el inconsciente colectivo. De esto último habla Jung. De esto habla Realidad del alma. Uno de sus tantos libros.
No es fácil enfrentarse a lo que guardamos dentro de lo que denominamos alma. Nos abocamos en la tarea de hallar algún indicio dentro de lo que podríamos llamar nuestra luz y no contentos con lo que hallamos, no satisfechos aún, emprendemos el camino para adentrarnos poco a poco en nuestra sombra. Una tarea ardua, llena de dolores. Pero, cuidado nos dice Jung: “Por sobre el dolor que podamos hallar también hallaremos la energía que puede ser la base de una vida creativa que nos envuelva en un halo de satisfacción, y de realización. Para ello habrá que aceptar lo que somos, lo que podemos realizar con nuestro potencial y con el de los demás”. Sabiendo que una vez que nos decidimos a seguir el reguero de miguitas de pan, que fuimos dejando cuando apareció el deseo de encontrarnos frente a frente con la casa de la bruja que alberga tantos peligros, nos percatamos de que desaparecieron. Ya no podremos regresar. Se hace imperioso descubrir un nuevo camino para volver a casa.
Igual seguimos con la búsqueda. Lo que vamos hallando nos dice: “Mira. Observa desde donde nace el dolor, el primero que hallaste en este camino oscuro que hay que iluminar para entender la realidad del alma”
Y observo. Veo una línea que va siguiendo ese camino que se me antoja terriblemente lejano y al mismo tiempo tan próximo a este, mi dolor de “ahora”, de “aquí”, de este “presente” que sin embargo es tan de ese “pasado” que sólo puedo asir con mi mente.
Cierro los ojos y comienzo a vagar por los recuerdos que llegaron a mí, a través de relatos familiares. Del conocimiento de las historias de mis antepasados...”puedo sentir el dolor en una casa enorme, la imagino como la casa de campo de una novela que leí hace tiempo y que cuenta la historia de varias generaciones, también signadas por una línea de dolor, su título “ IL regalo del Mandrogno” de Pierluigi e Ettore Erizzo.
La historia de mi familia materna: un capítulo de abandono, soledad, tristeza que aún hoy se repite: tan de este presente y tan de ese pasado.
Allí voy. Doy unos pasos y veo una madre que comienza a recorrer ese camino que desde su casa llega hasta mí, llevando de la mano un niño. Un niño que no entiende. Un niño en un cuerpo adulto que cuando hablaba con nosotros, sus nietos, decía:… “Me veía vestido con un abrigo bonito y de su mano, la mano de mi madre llegar a otra casa. Una casa humilde donde me dejo y se fue. Durante un tiempo, ella llegaba a visitarme con cierta periodicidad. Luego un día no volvió más. Mi casa fue aquella. Deje una mansión y el bienestar económico para crecer dentro de la humildad y la pobreza de una familia que me amó siempre, con hermanos que no eran los de mi sangre. Cuando crecí, no recuerdo mis años, decía, vinieron a buscarme, también buscaron a otros hermanos míos que habían nacido después de mí y que crecieron con otras familias. Algunos decidieron regresar. Mi padre arrepentido de seguir una ley absurda de mayorazgo que beneficiaba sólo al primogénito salía a buscarnos. No quise regresar. Mis padres y mis hermanos eran aquellos con los que había crecido. Seguí, así, siendo el más pobre del pueblo.”
El dolor toca un punto en esa realidad del alma, de mi alma y duele. Duele seguir corriendo los velos de la oscuridad. Así mi bisabuelo, hasta donde llegan los relatos, comienza la historia de un paralizarse frente a realidades e imágenes que sugieren “abandono, dolor, búsqueda de un ¿porqué?”
Mi abuelo materno creció, al alcanzar la edad de la juventud le llegó el amor. Tuvo que amenazar con llevarse a su novia por la fuerza. No era un buen candidato, demasiado pobre. Sin embargo, primo el miedo a una deshonra y ganó el amor. Sé casarón. Nacieron tres hijos. Mi madre, entre dos hermanos varones. Niños aún mi abuelo decide emprender el viaje a América, como decían. Esa América, era Argentina, para hacer fortuna, y así ofrecerle algo mejor a su mujer y a sus hijos.
Así comienza el dolor de la ausencia del padre. Lejos a miles de kilómetros. A este dolor se le sumaba el de la ausencia de la madre que trabajaba todo el día mientras esperaba el dinero para, también ellos emprender el viaje.
Tarea nada fácil. Nada simple. Poco a poco, mi Abuelo comenzó a enviar dinero para que viviesen mejor. Cuando pocos años después los vientos de la guerra amenazaron con la posibilidad de llevarse al primogénito al frente de batalla, envía dinero y un pasaje para su hijo. Este con apenas 16 o 17 años, no recuerdo bien, se despide de su madre y sus hermanos y se reúne con su padre. Luego la guerra. Barcos sin zarpar. Años de sufrimiento. Y un día esos mismos barcos que vuelven a hacerse a la mar, llevando esta vez a los que huían del hambre y la incertidumbre. La guerra había llegado a su fin.
Pasaron casi 20 años. Cuando finalmente mi Abuelo tramitaba la reunión de la familia, mi madre se casa con mi padre. Anima-animus, dice Jung. Lo que intuimos en el otro, es lo que nos marca el deseo de estar o no con otra persona. Y ellos, en la realidad de sus respectivas almas se reconocieron a través del dolor de esas figuras ausentes durante tantos años. Aquellos en que se perdieron los juegos, los miedos, los sueños y que ya no podían volver a encontrar.
Mi padre, había crecido desde bebé casi hasta ser un adolescente mientras su padre trabajaba en el otro pedazo de América llamado Estados Unidos. Allí fue en donde mi Abuelo paterno trató de afianzarse, pero regresó a su tierra natal.
Infancias sin entender ¿Por qué? Y preguntando ¿cuándo?. Un abandono real. No deseado por ninguno de los miembros de esta historia. Pero real. Ausencia física y emocional de una figura tan querida y tan necesitada.
El camino se va acercando a mí. ¿Y mi dolor? Mi abandono, por qué duele un abandono que no fue real. Donde siempre estuvieron las figuras amadas. Sin embargo, tempranamente comencé a intuir esta historia que se tornó demasiado pesada para mis espaldas.¿Cómo podríamos llamar a esto?...Abandono psíquico. No importa en algún momento llegará la palabra exacta, si esta no es la correcta.
Sólo puedo mencionar el haber crecido entre besos y abrazos . Sin embargo la sombra del abandono me cercaba, así fue pasando mi infancia, mi adolescencia con la tristeza pisándome los talones. Con la vivencia de que alguien debería colmar el vaso de tantas almas que aún ansiaban que alguien cerrase un ciclo de dolor. Decidida a hacerlo comencé a internarme en las tinieblas del pasado. Debía acercarme al abandono para mirarlo de frente, tocarlo, olerlo, y hasta conocer su sabor, para que así, rodeado de luz, dejara de acechar. La sombra en la que estaba sumido lo mantenía con fuerzas para seguir marcando la historia en los seres de esta familia.
Tristeza. Conversaciones, libros, psicoterapia, me fueron llevando paso a paso, de la mano, como a un bebé, por el camino que me conducía hasta él.. Me acercaba y regresaba a lamer la herida. Cuando la angustia quedaba atrás, volvía a acercarme un poco más.
Dejemos allí la historia, de cómo se llega a la casa de la bruja; de cómo se enfrenta un ser humano con el miedo a ser devorado por el abandono que con forma de horno caliente nos espera para convertirnos en la mejor cena de un pasado que nos ve tan bien preparados y aderezados para la ocasión. Pero logramos sortear el horno, la mesa y escapar. Pero las miguitas ya no existen. Hay que buscar otra salida. Hay que amigarse con la bruja y consolarla por la soledad de tantos años, en los que nadie le enseño que había otra manera de vivir y otros alimentos para satisfacer su hambre. Años en que nadie le explicó como reemplazar el resentimiento por amor. El por qué por compresión, y el pasado por un presente lleno de éxitos, de alegrías.
Así comencé en el presente de la realidad física y psíquica a acercarme al “abandono”. Cada niño o adulto que me enfrentaba a el causaba una presión tan fuerte en la vieja herida que daba un paso hacia el costado por el temor a ser tragada nuevamente por la sombra que aún seguía a la bruja como lo hacía su perro faldero.
El miedo a ser tragada no era fácil de controlar. Ya se había tragado la infancia de varias personas, que aún en la realidad de sus almas, esperaban. Esperábamos.
Me aferré a las fantasías. ¡Qué fácil que era amigarme y manejar a la bruja. Todo se resolvía y me veía acercándome a los que sufrían por la herida tan bien conocida por mí. Pero, la vida diaria me demostraba que no podía. Sin embargo, a veces veía un destello de luz que iba iluminando esa sombra. ¿Habré visto bien, o las facciones de la bruja y su perro cambiaron? ¿Habré visto bien, no llevaban trajes distintos? ¿Acaso sus facciones no comienzan a verse hermosas?
Así recuperaba las fuerzas para seguir entrando en esa casa llena de sombra. Otros pasos con la mano que me servía de guía. Otra fantasía: ya puedo. Otra desilusión; aún así, otro destello de luz. Sí, la bruja y su perro están cambiando.
El tiempo pasó. Entre y salí de aquella casa muchas veces. No importa cuantas. No importa la tristeza y el llanto. Un día descubrí que la bruja era una bella doncella de cabellos rubios y su perro un manso león que la acompañaba dulcemente. Ese día, las fantasías fueron cesando, y de pronto conocí a Martín.
Corredor blanco. Un edificio también con la tristeza y la soledad del abandono escrita en sus paredes. Lo que alguna vez había sido un fuerte y pulcro hospital, hoy era la cuna del abandono real, físico y psíquico.
En uno de esos cuartos, a la espera de una operación que le devolverá la habilidad para caminar por las calles de ésta vida, trataba de sonreír. Sólo lo conocía de nombre. A él y a sus compañeros. Los niños, adolescentes unos, hombres otros, se consolaban entre las paredes de un hogar que no era el de ninguno de ellos. ¿Con qué precocidad trataban de formar su propia familia para olvidar así la soledad, sin saber que los seguirá acechando desde la sombra como tanto tiempo lo hizo mi bruja.
Mientras me dirigía a visitarlo no pude hallar en mí la vieja sensación de debilidad, temor, temblor en las piernas, deseos de llorar, deseos de huir. Allí estábamos, él y yo. Con sus facciones oscuras tratando de sonreír. Y el milagro. Porque quiero llamarlo así. Milagro de acercarme a él y dejar un beso en su mejilla. ¿Acaso se le puede dar menos que eso a quien tanto lo necesita para enfrentar un quirófano que quiere devorarlo? Mi doncella con su león quería ser expuesta allí para ser útil. Quien mejor que yo para entender el abandono que él sentía. El miedo que sentía. Me uní a él con la tristeza de aquel día en que me vi sola en una cama de hospital lejano, esperando que alguien llegase por mí. A mi no me acechaba el temor de la muerte, a él sí. A mí vinieron a buscarme, y yo iba a buscarlo a él. Nos reímos. ¿Absurdo? No, no fue absurdo. Le expliqué que hacía falta reírse para que el cuerpo y el alma se refrescaran. Después conversamos él y yo. Habló de su “bronca” contra la ausencia de humanidad en los médicos. ¿No es eso hablar de abandono? Mencionó los comentarios de las enfermeras llenándolo de desazón, en lugar de esperanza. ¿No es eso hablar de abandono? Estaba reviviendo en aquella cama toda su historia de abandono .Carga demasiado pesada para sus 23 años. Repitió un deseo soslayado: estar en su casa, el hogar que lo contenía. El deseo surgió cuando hablábamos de los árboles, cuanta vida albergan dijimos los dos, le hablé de la vida somos parte de ella le dije, para despertar en él el deseo de no abandonarla. Pero para él también eran raíces ¿Dónde estaban sus raíces? Y la vida la sentía allí en el olor del pasto húmedo como en aquella casa. Abandono. ¿Le di fuerzas? ¿Conseguí encender un destello de luz en su casa llena de sombras? Realidad del alma. ¿Acaso podemos llegar a intuir todo lo que el alma puede alcanzar? ¿Puede dar? Primero hay que entrar en nuestra sombra. Primero hay que soñar y sentir que un perro nos lame la mano. Que sentimos la tibieza de la lengua y no nos alejamos. No sentimos miedo al ataque y nos despertamos con cierta felicidad. Primero hay que observar como las imágenes de la bruja y su perro van cambiando. Después me despedí de Martín, pidiéndole que se cuidase mientras mi mano sostenía la suya. Lo toqué. Toqué mi propio abandono. Luego la despedida. Otro beso en esa mejilla húmeda por el calor de la habitación. Un último juego, la risa y una casi promesa de volver a visitarlo. Casi una promesa. No pude darle fuerza a esa promesa. Salió sin notarlo, él en cambio habrá tomado ese atisbo de voluntad como algo seguro, porque así estaría deseando oírla, fuerte, segura.
Regresé con algunos miedos viejos. Feliz y asustada. Planeando dar más. Dudaba. Me pregunté cuando los viejos miedos, pequeños pero que aún me acosan disfrazados, desaparecerían por completo. Tendré que volver a aquella casa otra vez, la de mi sombra. Algo queda por eliminar, tal vez un resto de fantasía, pero la siento en el dolor que quedó en mi cuerpo, en los huesos que crujen al moverme. Un dolor que su cuerpo no siente al quedar insensibilizado por la agresión recibida.
Realidad del alma se llama el libro. Cual es la realidad, que dolor es más fuerte. Un abandono psíquico duele tanto como un abandono real, tan real como mi propia sombra.
Vuelvo a la historia de mis ascendientes. Realidades presentes que unen a las personas. Realidades del alma encerrada en una vivencia del pasado sin superar, y que también une a las personas en sus respectivos presentes.
Aún debo entrar en aquella mi casa oscura. Aún debo regresar con mi doncella y mi león a cuestas a tocar a Martín, esa realidad de mi alma haciéndose carne en una sala de hospital.
Hasta aquí, el origen del abandono, y con esto estaríamos dejando a Freud satisfecho para quien el origen del problema, o sea el esclarecimiento del pasado era, de hecho, lo más importante. Y lo hemos hallado en la historia familiar, hasta donde ella lo permite. Pero, Jung, ¿Qué diría Jung al respecto? Diría, ¿cuál es el fin de este blanqueamiento psíquico? ¿Hacia donde se dirige? ¿Cuál es el fin de este hurgar en la historia y en el alma?
Elijo otro de sus libros al azar “Los complejos y el inconsciente” y en su página número 30, Jung comenta el caso de uno de sus pacientes: un joven que llegó a escribir una monografía sobre su neurosis digna de ser publicada pero, pregunta ¿Por qué no estoy curado de mis males”
Y él responde “si no lo estaba, ello se debía sin duda a algún error cardinal concerniente a su actitud general respecto a la vida...” Algo había que cambiar. Y desde la palabra cambio llevo mi mente a otra palabra: inercia.
En esta historia encontramos generaciones en las cuales la ceguera primero y la inercia después, han mantenido el abandono rondando sin ser visto, disfrazado con justificativos - todos ellos loables- viviendo en una jaula de oro. El único movimiento de energía consistía en permitir que se asomará en un relato, como un visitante casi “gracioso”, o en un llanto profundo por un tiempo determinado hasta que la situación se tornaba común, para luego volver a guardarlo en la jaula de oro, desde donde brillaba día tras día convertido en rey del pasado y en un juez que condena y limita en el presente. He aquí el movimiento, que más que movimiento en el descubro inercia: dejar que la vida se repita aferrada a una soledad que no nos permite despegar, levantar vuelo.
Vuelvo la vista al Hombre, al ser humano, a los opuestos que viven en él: INERCIA—MOVIMIENTO.
Vuelvo al joven que creía que por comprender su neurosis debía estar curado. Vuelvo a Jung: hace falta un cambio
INERCIA—MOVIMIENTO. Movimiento puede ser: movernos siempre hacia la misma dirección, o darle otra dirección, inclusive otra profundidad. Y justamente en esta historia, se trata de darle otra profundidad “bajar a la casa de la bruja” identificar el abandono para luego subir cambiando de dirección enfrentándolo en la realidad de una cama de hospital. Entonces, pienso ¿Qué hace falta para transformarlo, y cambiar de dirección? Transmutarlo Convertirlo de arma que lastima, a herramienta que cura. Transmutar la inercia que causa el resentimiento y el dolor (energía inútil), en el movimiento continuo que surge del amor (energía útil).
Llegar a amar ese abandono es una tarea titánica. Me detengo a pensar en el vocablo escrito en el renglón superior de la hoja y como Jung digo: nada es casual. Titánico me lleva a la palabra titanes. Me voy a los mitos. Busco en la memoria, Los titanes pelearon con los dioses del Olimpo.
Vuelvo a un hecho “abandono”, que como sostengo en párrafos anteriores, es rey del pasado y juez del presente, a lo que quiero agregar después de remontarme a los mitos, también convertido en un dios, como los del Olimpo que los titanes no pudieron vencer. Con lo cual la idea de superarlo llevaría implícita desde el principio, la idea del fracaso. Por lo tanto, para que pelear, démosle la jaula de oro. Dejémoslo reinar y juzgar. Los personajes del pasado no entendieron que al fracaso se llega si seguimos la vía de la destrucción: tratemos de ahogar el abandono con el resentimiento y habremos destruido también el potencial de esa vida. Así la batalla no se ganará nunca. Pero, el resultado será totalmente diferente si tomamos el camino de la transmutación del mismo. Es entonces cuando Dios nos tiende la mano y nos ayuda a vislumbrar destellos de luz cada vez que nos aventuramos a bajar a la casa de la bruja para transformarla en una bella doncella, que se acerca a un hospital. La batalla lleva, entonces, la semilla de la victoria. Ya no se destruye, se construye algo nuevo. Resumiendo, tendríamos lo siguiente:
ABANDONO - RESENTIMIENTO
--Destrucción del potencial interno
--Agresión hacia el mundo exterior
--Proyección del abandono propio. Reconocimiento del mismo en otros
--Inercia dejar que otro pelee por nosotros mismos para superarlo
--Coraza para proteger nuestra vulnerabilidad psíquica
--Máscara de alegría, de disfrute para un carnaval que tiene las horas contadas
¿Acaso podremos transformarnos en héroes si otros pelean una batalla que nos pertenece?
ABANDONO - AMOR
--Reconocer nuestro potencial
--Comprensión y compasión hacia el mundo exterior
--Reconocimiento nuestro y del otro a través del amor
--Movimiento continuo. Pelear por nuestra propia batalla enseñar a otros a pelear por las que les pertenecen
--Fortaleza psíquica
--Con nuestro propio rostro caminar por la vida, sabiendo que la alegría y la paz serán los compañeros de ruta, sin miedo a que el reloj las haga desaparecer al dar las 12 horas.
Para los integrantes de esta historia el reloj con su péndulo dorado siempre repite las doce campanadas que transforma el sueño de haber cambiado, en la realidad del regreso a la vivencia de estar solo, esperando. ¿Esperando, qué? Esperando que se llene la copa vacía. Que se llene con amor, presencia, contención. Desean un imposible. Desean que en esa copa vacía aparezcan también las risas de juegos no compartidos; las palabras de diálogos que nunca existieron. Imposible.
Sin embargo, aún cuando el adulto reconoce esa imposibilidad, el niño que llevamos dentro no entiende, es sólo un niño. Un niño que una y otra vez repite el mismo cuento con el mismo final. Un niño que no sabe que aquí, en la realidad de la vida el hada madrina no tiene la varita mágica, el zapallo no se convierte en carroza y, el príncipe o la princesa que debe rescatarnos no tiene título ni reino.
En la realidad de la vida, ese niño tiene cuerpo de adulto y ese adulto también cree en los cuentos de hadas, aún cuando ese cuento por momentos lo suma en la tristeza en los breves segundos que duran las visiones, en las que se visualiza esperando. Se observa estancado mientras el tiempo avanza y la piel se arruga.
Entonces, aparece Jung y tantos otros que nos dicen que la terapia es un instrumento para lograr el desarrollo de la personalidad. Releo lo escrito sobre el movimiento de la energía y la inercia Esto me conduce a otro libro “Arquetipos e Inconsciente colectivo”, en el que Jung nos habla de la voluntad como medio indispensable para lograr el movimiento energético de la psiquis. La voluntad es elección, nos dice, elección y libertad. La voluntad y la libertad para superar las ataduras que nos mantiene rígidamente apegados al instinto. Y que en este relato el instinto sería: Continuar atados a las “necesidades básicas” que todo niño debe cubrir para de adulto no quedar por siempre en el mundo del “nunca jamás”.
Pero, la voluntad en ésta historia no fue destinada a superar el abandono. Por lo tanto, la inercia aún existe. Aún se intuye la mano abierta pidiendo por algo. Puedo ver el brazo extendido con la palma de la mano hacia arriba. Puedo visualizar la mano izquierda sujetando ese brazo a la altura del codo para impedir que sienta el dolor que ocasiona sostener la misma postura durante años y años de espera.
Entonces sí con un poco de suerte nos acercamos al terapeuta, le otorgamos el poder de benefactor o hada madrina y nos desilusionamos cuando nos abre sus manos y nos repite lo que adultamente sabemos, “no tengo varita mágica”, sólo ustedes la poseen y esa varita mágica se llama “voluntad”, “decisión de alcanzar la libertad”
Ustedes se preguntaran, donde deje a Martín. Martín por unas pocas horas creyó que al fin podía descansar su brazo. Creyó que había llegado el momento de cerrar la mano. Pensó que llegaría a sentir las gotas de amor cayendo en la copa vacía de su alma, cuando desde la tétrica sala de aquel hospital con paredes en las que se escondían tantas historias de abandono que le tendían las manos delgadas y blancas a causa del tiempo transcurrido esperando paz para el sueño eterno, lo llevaron a un instituto en cuyos pisos pulcros y brillantes, con paredes pintadas y adornadas, el dolor recibía un trato diferente. No más preguntas que hablaban de abandono. No más comentarios cargados de desesperanza. Ahora la sonrisa en los rostros de mirada compasiva le hizo albergar la ilusión de que su historia tendría un quiebre. Que al curar su invalidez, sanarían las cicatrices de su soledad.
Pero, el reloj cumplió con dar las doce campanadas y el sueño de Martín se transformó en la realidad de siempre pero, eso sí, no ya en la cocina lúgubre de un palacio olvidado sino en la habitación iluminada y pulcra de un instituto que asemeja a un brillante e inaccesible hotel cinco estrellas.
Allí lo hallé aquel día en que regrese a visitarlo cumpliendo aquella imperfecta promesa que había hecho, más a mi misma que a él. Sentado en una silla de ruedas con sus pies inmóviles que recibieron las zapatillas usadas que le regalaban sin queja, aún sabiendo sin saber que le hubieran correspondido las pantuflas bordadas en oro que todo ser humano merece por el sólo hecho de ser eso “un ser humano”...”todos nacemos príncipes, dice Eric Berne, y nuestros padres nos transforman en sapos”. Prefiero decir que la acción de sucesos en los largos trayectos de nuestra historia sin clarificar, son los que nos convierten en sapos. Esos trayectos oscuros que siguen trabándonos desde la oscuridad.
Vuelvo a Martín. Lo hallé sentado en la silla de ruedas con la mirada triste adormecida por la fluoxetina, quieta sin buscar mis ojos sino el piso pulcro y brillante. Dijo con claridad de conciencia “sólo me están enseñando a valerme por mí mismo”.
En esa frase él ya había dicho todo. Le estaban lavando la cara a su abandono. Valerme por mí mismo significaba, me enseñan a estar solo para enviarme a casa, esa casa es el hogar en el que halló protección cuando la atmósfera de su casa lo agobiaba. Lo enviarían al hogar sin haber intentado ponerlo de pie física y espiritualmente. Entonces, sí hubieran comenzado a caer las gotas en aquella copa vacía.
Me fui diciéndole que no perdiese las esperanzas. Me fui oyendo en mis oídos las palabras del médico:- “es un chico muy inteligente” -. Me fui preguntándome cuanto se hubiese podido lograr de esa inteligencia de no haber mediado el abandono real, ese que contiene el físico, psíquico, espiritual, moral.
Me quedé pensando cuanto se podría lograr a partir de este momento si comenzábamos a trabajar con esa inteligencia para ponerla al servicio de la voluntad y de la acción, transformando la energía inútil en energía útil para fortalecer lo que en realidad ya es fuerte, porque dentro de la debilidad que conlleva el abandono, nos encontramos con la enorme fuerza de seguir porque en algún momento y en algún lugar nos darán lo que tanto ansiamos.
Digo que dieron las doce y se disipó la fantasía, porque Martín regresó al hogar y desde allí volverá a la cama de un hospital que aún no sabemos cuantas estrellas tiene, ya no se vera como un gran hotel. Quizás la única estrella para rescatar, sea la de la doctora que se lo lleva de allí para no abandonarlo, sabiendo que aún se puede luchar. Y me digo: no todo se ha perdido. Sonrio…
Aún quedan manos que quieren dar un poco más.
Aún quedan manos que quieren dar un poco más.
Martín volverá a la cocina del palacio pero algo me dice que se lo lleva un hada madrina. Veremos que tanto puede hacer con la varita mágica del amor y la dedicación.
Me prometo visitarlo allí cuando este instalado para observarlo y observarme y observar a todos los integrantes de esta historia a la luz de la realidad. Para poder intuir quienes lograrán el cambio y quienes no.
Veintitrés años han pasado desde el día en que en un país lejano escribí una historia, su título ¿Por qué te abandonaron? En ella contaba un día de mi vida en un orfanato indonesio. También recuerdo el esfuerzo realizado por mí para aparecer en escena frente a un público numeroso junto a tantas otras personas, todos amigos, para recaudar fondos para esos niños y comprar cunas. Pañales etc.
En un esfuerzo desde lo más profundo, venciendo todas las generaciones que me precedieron y que habían aumentado mi inercia, cerré los ojos y repetí en voz alta “sólo Dios sabe lo que me cuesta. Sólo Él sabe que lo hago por estos niños y por nadie más”. Y aún lo pienso. Semejante esfuerzo tenía un fin, trabajar por ese abandono. El dolor era muy profundo. Pensé en determinadas ocasiones, que era sólo un intento de curar lo que no podía curarse. El llanto nublaba mi vista y me sentí inútil. Ahora comprendo que no podía curarlos porque veía sólo el abandono de ellos, mientras me apremiaba la idea de que también los abandonaba. Lo que no sabía es que lloraba porque veía en ellos mi propio abandono. No lo supe hasta muchos años después en que al trabajar con mi sombra lo descubrí encerrado allí, en aquella casa con la bruja que se encargaba de mantenerlo tibio y alimentarlo con el resentimiento y la espera.
Cuando comencé a observarlo con, al principio pequeños destellos de luz, fui comprendiendo que en aquel momento de la vida me había enfrentado por primera vez a la impotencia del abandono, de lo que se siente; de lo que se frustra; de lo que se paraliza en lo que debiera ser un caminar sin prisa pero sin pausa por el camino que nos llevaría al encuentro de nuestra personalidad, para luego vislumbrar la posibilidad de la autorrealización.
El bajar a las profundidades de mi inconsciente, me dio la oportunidad de llegar a mi abandono y llorar junto con la niñita que aún seguía con la mano extendida y luego de reconocerla, ella me llevó a Martín.
Ahora sí, segunda oportunidad, veintitrés años después, donde soy la persona que se observa y observo al mismo tiempo. Observo a Martín y me observo. Lo tocó y su dolor me toca. Comunión de almas, diría Jung.
Sólo así puede comprenderse al otro y curar.
Esto me lleva a transcribir lo que sentí, la inutilidad del intento y que quedo plasmado en aquel relato... ” Sabía que mi ayuda había sido como un grano de arena y, que a la hora siguiente la soledad se lo habría tragado como el mar se traga la arena suave...”
Después de bucear en las sombras de mi pasado y el de mis ascendientes, puedo rescatar la esperanza que también había dejado escrita en el último párrafo...”ese futuro oscuro puede llegar a convertirse en blanco, entre tú y yo y tantos otros más, tan sólo uniendo los granitos de arena que ya no podría tragarse el mar...”
Lo oscuro convertido en blanco, me lleva a pensar en el ying y el yang. Negro y blanco. Oscuridad y luz. Resentimiento y amor.
Todo se contiene. Dolor y alegría. Sólo se requiere un pequeño movimiento junto a pequeños destellos de luz y al final del cuento será un enorme movimiento y un penetrante rayo de luz. Entonces, habremos integrado. Habremos comprendido. Habremos amado. Y habremos hallado el camino nuevo para regresar de la casa de la bruja después de haber perdido las miguitas de pan y que al desaparecer nos ayudaron a encontrarlo.
Esto trae a mi memoria un simple evento sincronístico, que en los últimos días se cruzó en mi camino en un relato, justo en el momento en que deseaba bajar los brazos y dejar de pelear. La inercia quería volver a tragarme.
...”Cortés y sus hombres. Los barcos que se consumen por el fuego. Hay que vencer, ya no podremos regresar con nuestros barcos....”
Este relato que aparece frente a mí me lleva a comparar las miguitas de pan con los barcos; la búsqueda de la victoria con la búsqueda del camino nuevo. El Arquetipo del cruce.
Entonces, hice el esfuerzo de subir nuevamente. Ya no encuentro la figura de la doncella y su león. La reemplaza el rostro de Martín y el de otros que comienzan a acercarse a mí. Todos ellos con la misma historia, que a su vez es mi historia. Que figura construiremos entre todos, lo sabe Dios. Aún no lo sé. Sólo sé que hay que seguir por el camino nuevo. Curiosamente para hallarlo se debe sufrir un nuevo abandono. Pero esta vez, el abandono se realiza por amor.
Al mismo tiempo debemos abandonar la figura del brazo extendido para depositar amor en la mano abierta del otro, en un intento por unir la realidad de la vida, con la realidad del alma.
Aquí estoy al final del trabajo. Las hojas repletas de palabras que fueron haciendo su aparición poco a poco, se mezclaron con otro cuento. Comprendí que lo había vivido de dos formas diferentes, como el anverso y el reverso de una misma moneda.
Al frío de una casa en la que el horno se veía como una amenaza, se sumaba la tibieza de aquel horno que ofrecía al mundo su hermosa bandeja de pan recién horneado, de tortas que empalagan el paladar, de tazas de chocolate caliente, para todo aquel que simplemente se acerque a disfrutar de la vida, del alma.
Me imaginé a los niños como me vi aquel día, queriendo sacar hasta la última miguita de torta con los dedos que quedaron sucios de chocolate. Me imagine a los adultos, con un gesto pícaro, tratando de imitarlos deseando ser niños otra vez.
Nuevamente la tibieza comienza a llenar la copa de mi alma. Me dejo llevar por mis sentimientos. Cierro los ojos y me voy hacia ella, hacia la cabaña tibia del bosque, hacia la confitería llamada Gretel.
Aliso mis cabellos, una carcajada inunda mi casa y con paso firme me acerco al teléfono, marco un número y pregunto por el próximo tren a Pinamar.
Cuelgo el auricular. Comprendo el ¿Para qué que, diría Jung? La realidad de la vida puede entibiarse con la realidad del alma en donde anida la inocencia infantil que hace posible el seguir creyendo en los cuentos de hadas. Que hace posible el escribir “Nuestro propio cuento de hadas”.
¿Te sirvo una taza de chocolate caliente?...
Nota de la Redacción:
"Cuadernos de Pensamiento Junguiano" es una publicación semestral de la Fundación C. G. Jung de Psicología Analítica. Los trabajos se encuentran protegidos bajo las leyes de Propiedad Intelectual de la Nación y pueden ser mencionados, respetando su autoría y origen.
La Fundación no se responsabiliza por el contenido u opiniones de los mismos.
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