DEL UMBRAL DE LA PIEL Y LA INTIMIDAD DEL SER. IMAGINARIOS DE LO CORPORAL.

DEL UMBRAL DE LA PIEL Y LA INTIMIDAD DEL SER. IMAGINARIOS DE LO CORPORAL. 

Ignasi Beltrán
RESUMENSe pretende en este artículo, que constituye la primera parte de un monográfico extenso sobre la piel, abrir un espacio de análisis y reflexión sobre este captor tan importante para el análisis, los diagnósticos y los tratamientos de lo que denominamos sistema postural y la disciplina que lo estudia,  la que nos gusta denominar posturología integradora.

Para ello, y de forma previa a los apartados histológicos y neurofisiológicos, nos parece adecuada la consideración de umbral de la piel, hacia unos imaginarios corporales que muestren como en ella se manifiesta lo humano y sus múltiples interdependencias. Es evidente que esto puede ser objeto de variadas lecturas, según la visión singular de cada persona, pero sin dejar la metáfora de umbral, no sólo en su lectura, sino también en la práctica clínica, pues frecuentemente el muy complejo y necesario paradigma científico se desubica de aspectos esenciales ligados a la integridad de lo que citando a Nietzche, es “humano demasiado humano”.

PALABRAS CLAVEPiel, sistema, umbral, integrado, postural, táctil, percepción, captor, imaginario, interioridad, exterioridad, reflejo. 


Resulta difícil, después de observar y tratar durante años la postura corporal de tantas personas aquejadas de diversos tipos de dolor, con sus múltiples localizaciones y sufrimientos asociados, ponerle título concreto al tema que queremos desarrollar, en el que preten-demos utilizar la piel como excusa de pasaje a través del individuo, pues de ello surge una narración obligatoriamente tupida de heterogéneas poses, con sus correspondientes personalidades, relaciones e historias asociadas.

Podemos decir que a modo de expresiones del mundo, llevamos a flor de piel reflejos de tan variopintos paisajes que tapamos o pretendemos tapar con la excusa de la desnudez o refugiándonos en la inconsciencia del no querer ver. Pero acaban manifestándose con cierta nitidez a la mirada experta, a modo de crípticos grafismos, tejidos de tensiones titulares, espasmos de miedo o placer, anhelos, carencias y largas líneas de fuerza depositarias de variados etc., todo ello ligado a la historia personal y sutilmente tatuado en la profundidad y superficie de nuestros tejidos, con su reflejo en la piel.

Por su extensión, creemos que agotarían cualquier intento de simplificar o tipificar, (que de todas formas está lejos de de nuestro deseo). En esta ocasión, la pretensión es acabar relacionando lo expuesto, después de algunas de sus diferentes aproximaciones, con todo lo que venimos denominando sistema postural y sus múltiples interrelaciones, que aparecen como cuestiones ciertamente complejas. Es por lo citado que vamos a escoger la piel, considerándola en todos los niveles de los que conocemos aspectos que nos parecen interesantes, tanto desde lo más pragmático, como lo puramente ensayís-tico. Para hacerlo vamos a ir describiendo sus diferentes roles, tanto en su consideración como auténtico subsistema que, integrado a otros pasarán a constituir en su peculiar conjunto lo que denominamos cuerpo estructurado, con sus imaginarios corporales. Es la piel de todo ello la cobertura, tanto histológica como de densificación en superficie del espesor de la carne, o bien la sutil cobertura de un continuum sin límites que aúna todo en un universo infinito.

Por tanto la vamos a considerar, a la vez que superficie, profundidad, cobertura y apertura, y de ello haremos un intento explicativo que nos incite a la reflexión.

Quizá para redundar en su interés, baste ya desde el inicio, recordar su maduración embrionaria común con el SNC, a partir de la capa ectodérmica, lo profundo y superficial unidos en su génesis. Por tanto, lvamos a considerarla de entrada como un auténtico órgano receptor, que reúne (para no ser dualistas) toda la persona. La piel aparece de forma prematura en las etapas de desarrollo fetal y conserva la impronta de todo lo que acontece en dicho proceso de desarrollo prenatal y postnatal, en un principio tan asociada a un contacto con un medio acuoso y cálido, ubicado en un espacio más ingrávido, filtro cuidadoso del displacer, y del que pasará de forma un tanto brusca, asociada a la naturalidad violenta del parto, a ser la receptora de un cambiante ecosistema envolvente, y también la cubierta de resonancia de la intimidad, que se irá gestando ahora en su interior paralelamente al desarrollo complejo de un yo y un ego, sesgados desde el obligado proceso de enculturación, y la propia personalidad. Lo cierto es que toda esta estructura resonante queda en definitiva de forma más o menos manifiesta, profundamente necesitada del contacto y la caricia que le fueron constantes.

A modo de metáfora, podemos decir de la piel que es pergamino vivo de una historia, que nace cronológicamente antes que el propio individuo y a la que se irán añadiendo sucesivos capítulos de su vida en ella reflejados. Si consideramos nuestra superficie corporal portal y espejo a la vez de multiplicidad de interrelaciones y tenemos en cuenta las nuevas teorías biofísicas, bien podría ser que, en una cierta indefinición, ésta fuera sólo un espejismo, creado en una artificiosidad conceptualizada por muchos de nuestros aspectos mentales, necesitados de colocar coberturas a la angustia generada por universos en principio sin límites, a espacios básicamente vacíos, que hemos querido llenar y constreñir desde nuestro imaginario cultural respecto a lo corporal, para así poder asegurar un yo, un otro y todo lo demás. Eso sí, con todos los contornos y superficies cutáneas imaginables.

El caso es que surge la idea de presentar la piel como umbral, y es posible que incluso así, también la sesguemos desde nuestro atávico miedo al vacío. Pero la pretensión, es hacer reflexiones sobre el hecho actualizado de lo fronterizo o liminal y así poder verla desde un amplio análisis, no sólo de los aspectos científicos, en el sentido estricto, sino más bien en su vertiente antropológica humanista, para de forma “emic” observar y reflexionar sobre lo que en ella acontece, intentando concienzudamente que sea sin prejuicios y llevando la intimidad al contacto con su propio límite “sin límite”, hacia la exterioridad, al mezclarse con el espesor del cuerpo, “la piel de un constructo”. Hay en todo ello, entre otros muchos aspectos, el cansancio de los ojos del profesional, entrenado y culturizado desde joven en la mas estricta ortodoxia de la ciencia, para ver cuerpos, examinarlos desde sus desequilibrios o deformidades, tipificarlos y diagnosticarlos como cuerpos enfermos y así tratarlos en la medida de lo posible desde unos protocolos más o menos estructurados y estipulados, de esta forma poder tener la sensación de hacer lo que hay que hacer para curar o aliviar. Nos atribuimos frecuentemente méritos, que corresponden básicamente a la naturaleza individual y a un “médico interno” en términos hipocráticos, que con toda seguridad no tiene toponimias ni conceptualizaciones diagnósticas reduccio-nistas.

Lo cierto es que se sabe por demás un observador con las lentes estereotipadoras desde el paradigma que le ofrece una ciencia básicamente lineal, con unas normas socio-culturales direccionadas a través del oficio, desde cuyas consignas se pretende delimitar una postura de inclasificables poses. Partiendo de la base del cambio paradigmático del terapeuta y, dado que sus mismos ojos de observador, con ese nuevo enfoque, bien pueden desde la parte que los conecta a su propia naturaleza rebelde, con espíritu intuitivo y dotado de cierta sabiduría ancestral, resistirse a la ortodoxia y transgredir las normas, para con permiso expreso de la persona, la ciencia, y a veces también casi sin ellos, según lo imperativo del tema, conectar con un nueva visión sin barreras, llevarlo todo a una naciente percepción táctil en nuestros dedos, que nos permita cortar cuidadosamente con inciso filo la sutil superficie cultural que protege los cuerpos, y así adentrarnos en su espesura con los ojos, de hecho para ser más concretos, con todos los sentidos conectados a sus dedos, explorando desde la superficie, en la oscuridad interior, la urdimbre de lo humano, emulando lo que haría un buen cirujano, ir diseccionando los diferentes estratos de tejidos, hasta llegar a algo enquistado, desubicado y doloroso en lo profundo de piel, músculo o entrañas, viendo la manera más adecuada y personalizada a cada individuo de sacarlo de la forma menos traumática posible, para después volver a zurcir lo abierto a su trama original. Vemos como los sentidos visual y táctil, unidos a una nueva conciencia y concepción en las terapias manuales, son transportados a otra dimensión, a lo perceptivo, a lo fluido, que construyen desde sus cambiantes densidades, tersuras y tensiones, una posible solución que sigue el camino de unas líneas de fuerza. Es como las fórmulas empíricas de rancias pócimas, que funcionaban, pero no se sabe de cierto cómo. Eso sí, esta vez con fórmulas ”quasi etéricas”, elaboradas manualmente a la justa medida terapéutica de lo que era sombra, pero que ahora se desvele a nuestros dedos con claros matices de herida mal cerrada, la de los no amados, resentidos, vejados, abandonados y un sinfín de agraviados y necesitados (todo ello también en femenino), que encarnaron su dolor. Pero en este caso, necesitan más bien del tacto profundo y resolutivo, caricias selladoras o palabras expertas, que ayuden al darse cuenta individual e instrumentalicen un cambio curativo. Ahora no se trata de fármacos de última generación o hilos de suturas especiales. Quizá, para no medicalizarlo, al menos en terminología, más allá de lo necesario, decir que en ello no hay anatomía patológica, ni diagnósticos con terapéuticas protocolizadas, ni microscopios para definir un epitelio estratificado queratinizado, con su base de tejido conectivo y su trama vascular, etc., es algo muy diferente, que nos lleva a otra dimensión. Más bien, se trata de historias ancladas en un tiempo y espacio finalmente tan irreales en el ahora como los aspectos oníricos o los pensamientos proyectivos del futuro, pero en el ahora, aparecen cristalizadas sutilmente de forma hiriente, en la trama de aquello que conceptualizamos como pasado, parasitando un medio que traspasada la primera barrera mecánica con la que se encuentra el primer contacto, se abre a la conjunción de sentidos y conciencia puestos en nuestros dedos, una superficie en la que se muestran en juegos de densidades, unas estructuras transparente y diáfanas, salpicadas por nudos y enredos y bloqueos, algunos tenues marañas y otros inextricables parajes, aunque si regresamos a su relatividad aparecen concretados en estructuras músculo-esqueléticas, cubiertas de piel, que a modo de capa, tejida y decorada al modo de las diferentes latitudes y culturas, se muestra como en las figuras tristes que pintara Villaverde en los gráficos, a propósito de los primeros libros de anatomía en los que aparecían disecciones de humanos, con la figura de un desollado que sostiene en la mano su propia piel, como una queja silenciosa hacia Vesalio y contemporáneos, que en aras de la ciencia y sus propias inquietudes habían hurgado en la intimidad de su persona, ahora convertida en cuerpo obligado a despojarse de su piel y mostrarla como exterioridad de una “rex extensa”, que ahora parece no tener secretos para el naciente mecanicismo, pero que aún de forma un tanto tímida, pretende cubrir las cogitaciones humanas. Sobre éstas filosofaría con innegable erudición el buen Descartes, quien quizá, si viera la evolución actual del constructo que con su dualismo hemos hecho progresivamente en todos los órdenes, es posible que cambiara el discurso, o quizá no, quien sabe... Pero lo cierto es que la preciada cubierta necesita cada vez de más maquillajes y que éstos a su vez requieren ser sofisticados y resistentes, de forma que finalmente tienden a cubrir e impermeabilizar la barrera que pretenden decorar, tanto que llegan a esclerosarla e insensibilizarla de forma selectiva. Con ello lo que en apariencia utilizamos para mejorar, e incluso creemos que nos reafirma en relación con lo que sería la supuesta exterioridad, nos reseca y fragiliza, pues rompemos la tersura y naturalidad con la que se expresa en ella nuestra fisiología, energía, sensibilidad y expresividad, cubierta mediante los juegos de luces y sombras reflejos del espíritu, surcada por las arrugas de los tránsitos, impregnada del olor humano, con la sedosidad, tersura o asperezas propias de cada individuo y las cicatrices del dolor siempre presentes en sus variadas formas. Pero con ese pretendido maquillaje obstruimos con ficticios, pero a la vez confusos obstáculos, la entrada a un umbral que se abre a los laberintos y pasadizos que podrían conducirnos con la ayuda de la caricia, mirada, tacto…, hacia algo más esencial del Ser y relacionarse. Es evidente que nos interesa mucho a los humanos delimitarla en una figura personalizada, pero fluctuante e indecisa, que queremos se identifique con lo que creemos es nuestro yo, pretendemos que sea genuina, que aleje al otro o bien lo atraiga, según voliciones ligadas a la necesidad y al dominio, al secreto de la intimidad enmascarada, a la auto-complacencia y así podríamos citar una enorme suma de prestaciones y ardides, que en definitiva, no dejan de ser una ingente tarea, sobre una superficie tan sutil y tan amplia como para escribir lo que es en esencia nuestro anhelo humano y aspirar a ello, transcendiendo en una desnudez aún mas profunda, eso sí, después de haber explorado en cada una de las letras de su territorio finito y no permanente.

Quizás con excesiva frecuencia, no parece ése el camino más transitado, pues ciertamente su manifestación actualizada es, desde una supremacía que parece imponerse a la de la propia alma, aquello de la belleza interior como metáfora quedó en algo anecdótico. Ahora la exterioridad se ha de adecuar a la exigencias de una superficialidad de etiqueta, en modernos guiones de exigencia- competencia. Y la toxina botulínica o derivados, la silicona, los cosméticos y tintes pretenden ayudar a convertir en hegemónica, a una superficie idolatrada por nuestro narcisismo, para que nos presente lo mejor posible delante de los demás y también de nosotros mismos, siguiendo a veces de forma un tanto compulsiva unos esclavizantes cánones estéticos, volátiles y díscolos, de modistos y modas y “culturas” que curiosamente, acaban imponiendo los dictados de lo que se convierte con excesiva frecuencia, en una neurosis estética . En definitiva, se constituirá nuestra máscara que, ilusos…, creemos auténtica, moderna…, identificándola con el yo, en su reflejo narcisista, pero la realidad es efímera, sólo para salir a escena, del mismo modo que los actores griegos, para los que colocarse la máscara era la condición “sine qua non” para que se desarrollara el drama, al resonar la voz en su superficie interna y dar volumen a la representación de la tragedia de los personajes. Pero ahora, vulnerable en su artificiosidad precipitada, la escenificación hedonista huye de toda polaridad asociada al displacer, la enfermedad, vejez o muerte utilizando artificios culturales, cosméticos, estéticos ligados a un culto al cuerpo y los vanidosos reflejos de la belleza, juventud, poder y todo lo que estos aspectos que aparecen como valores en auge, en detrimento de los auténticos.

Se hace por tanto casi grotesca, una vez desdibujada por las lágrimas de la soledad, por el sudor del miedo y los gestos de anhelo, la máscara de los nuevos maquillajes más prestos para una comedia festiva de fingimientos, que para transitar por la “divina comedia” o quizá tragedia humana, a la que es posible que Dante añadiera algunos pasajes en lo referente al tránsito por los infiernos.
Lo cierto es que al desmaquillarla y desnudarnos, vemos en el espejo a un personaje desconocido, con el que apenas hemos dialogado nunca de forma trascendente, en el fondo el niño abandonado cuyo dolor nos horada profundamente, pero también nos ofrece la posibilidad de un cálido contacto y reencuentro. Pero somos reincidentes, y en cierto modo analfabetos ágrafos, que olvidan una escritura y lenguaje milenarios al ver el reflejo en superficie del interior, imagen y semejanza que aúna personas y universos. Y así, tozudamente remaquillamos, ciertamente amnésicos, quizá podría afirmarse que ahora, en nuestros tiempos, acaba por convertirse en condición casi en imprescindible… para salir al quehacer imprevisto e improvisado del cotidiano, eso sí, en éste caso enmascarando las simplezas o tragedias de nuestras largas noches e imaginarios personales.

Quizá resulte interesante recordar que etimológicamente máscara: personaje y personalidad, se relacionan en su significado en la raíz griega, aunque parece claro que no es tan sólo en la etimología la semejanza, pues en la actualidad representa los aspectos de fusión de una artificiosidad ligada a las representaciones del cuerpo en la modernidad. Para no seguir abusando con las letras de aspectos ciertamente críticos y de fondo triste, referentes a la caricaturización o enmascaramiento, y otros no tratados (tatuajes, piercing, remodelaciones quirúrgicas y otros modos de actuación sobre la piel, de los cuales hablaremos en otros capítulos) vamos a ensayarnos por una vez en desnudarla y sostener el desnudo, si ello es posible, o al menos desmaquillarla cuidadosamente, con tal sutilidad que la hagan invisible como tal y nos abra una puerta a lo que sería un hiperespacio en terminología cuántica, o quizá un paraíso o nirvana, echando mano a la trascendencia, para que franqueando su umbral, entremos al espacio íntimo e infinito del ser. Ello con objeto de ayudar , en nuestro caso, a la ciencia y por ende a la persona a levantar el vuelo desde los viejos paradigmas, llenos de tantos conceptos y así observar cada vez más a flor de piel, hecha transparencia y sin microscopio alguno, sólo con la atención en el tacto, con una conciencia despierta y atenta y la intencionalidad sin pretensión , una lectura de sus cripto-gramas ordenados temporalmente, que se muestran al cálido y preciso tacto, entrenado en una manualidad iniciática y humanista, acrisolada por la maestría de siglos -placer y dolor de la humanidad-, transmitida desde lo genético e impregnada de juego cósmico inherente a todos los cuerpos, en la humildad de un terapeuta. Éste, utilizando sus manos y percepciones, es el primero que lo ha experienciado previamente y aunque evidentemente todo esté relativizado desde el sentir y sentimiento individual, toda emoción siempre lleva asociada una tensión tisular y marca la superficie del cuerpo mediatizada por nervio, neurotransmisor , músculo y canales de energía que a su vez corresponden a gestos y a un entramado tisular, en conjunción con unos dedos que se crispan, se expanden o pretenden atrapar lo efímero que se escapa entre ellos y sólo queda en el registro de la piel, que podremos descifrar con nuestros dedos, eso sí, sin crispación o prejuicio alguno.

Aunque usáramos muchas más palabras, y así creemos se ha ensayado ya en muchos tratados de todo tipo, sería difícil plasmar la importancia real de la piel, no ya sólo por su importancia fisiológica, refleja, estética o en definitiva humana. Lo cual hace del todo imprescindible una profunda reflexión al respecto, en el caso de la postura más evidente si cabe y a ello se espera invite el texto. Por tanto, cuando hablamos de posturología, dada su importancia como uno de los captores privilegiados del sistema, a la vez vehículo de multiplicidad de tratamientos, tanto de tipo terapia manual de información, (reflejoterapias, plantillas exteroceptivas de tipo postural, maniobras fluídicas, etc.), parece una cuestión fundamental, su estudio desde variadas vertientes. Es por ello que nos hemos planteado una especie de entrega por capítulos, que irán apareciendo en sucesivos números de la revista y tratarán sobre variables alrededor de lo que llamamos el umbral de la piel, de forma que podamos realizar lo que en cierto modo sería un collage del constructo humano en ella reflejado, el cual nos invite a seguir explorando la interioridad y articulando nuevos y necesarios equilibrios posturales.


Para citar este documento utiliza la siguiente referencia:
BELTRÁN, Ignasi. "Del umbral de la piel y la intimidad de la piel. Imaginarios de lo corporal " [en línea]. Revista IPP. Núm. 3 (2009). <http://www.ub.edu/revistaipp/i_beltran_n3.html>. [Fecha de consulta: 01/05/2009]. ISSN 1988-8198.

Ignasi Beltran 
Ignasi Beltrán
jibeltran@ub.edu

Es posturólogo, podoposturólogo, podólogo, homeópata, naturopata, osteópata,
acupuntor y psicoterapeuta humanista y gestáltico. Fundador y Director del Instituto de Posturología y Podoposturología de Barcelona desde 1998. Ejerce funciones docentes como profesor asociado de la Universitat de Barcelona y dirije el curso de posgrado de posturología y podoposturología en la misma Universidad desde 2005.

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